martes, 26 de julio de 2011

LA MALDAD

En estos días he leído y escuchado una multitud de versiones de lo que es un psicópata para referirse a la personalidad de Anders Breivik, el asesino noruego. En la mayor parte de lo leído y escuchado, se confirma la idea de que solo la vesania, la enfermedad mental, puede explicar la conducta de un chico de buena familia, criado con las dificultades que comparten millones de chicos de las sociedades occidentales, que ven su vida familiar, su crianza, alterada por el divorcio de los padres, la ausencia de uno de ellos, la carencia de referentes familiares clásicos. Parece que necesitamos la certeza que sólo desde la enfermedad mental, puede explicarse una conducta tan desorganizada socialmente como la que ha demostrado el matarife noruego. Esa frialdad, ese convencimiento de lo “justo”, solo puede aceptarse desde el deterioro profundo de la psique humana.

Hemos desterrado en nuestro lenguaje la palabra “maldad”. Los contenidos religiosos, irracionales que connotamos en la palabra nos molestan, y preferimos refugiarnos en el juego que nos oferta la psicopatología, sobre todo la etéra DSM IV ( el manual de diagnóstico psiquiátrico elegido por la Asociación Americana de Psiquiatría ), que es capaz de acoger sobre su manto diagnóstico toda conducta que se salga de una normalidad establecida en la mente de un gran hermano psiquátrico. Pero tengo para mí, que la maldad existe, porque la percibo en mí mismo, porque en ocasiones tengo que hacer un esfuerzo para que no se manifieste, porque la quiero explicar en viejos traumas infantiles, puberales o en situaciones de estrés presentes, pero en última instancia tengo que rendirme a su única justificación: el placer que proporciona.

Hace unas semanas participaba en un seminario para MIR de Psiquiatría. Elegí de forma provocadora el título que encabeza este post, “La Maldad”. Propuse un juego, la patobiografía de un personaje sin lustre, un perdedor, un fracasado, un hombre sin grandes traumas, en todo caso integrados en lo que socialmente era aceptable en su época. Un hombre anodino, casi obligado al suicidio o a la nada, de no haber vivido en un tiempo en el que coincidió el hombre, la guerra y una sociedad “enferma”, precisa y entusiasmada ante las emociones fuertes que le propuso el personaje. Pero hasta ese momento, el sujeto carecía de entidad, de diagnóstico psicopatológico, de calificativos mas allá de los ya ofertados. En poco más de una década, sale del barro social y se convierte en Adolf Hitler, en el matón primero, y después dueño de millones y millones de vidas, hasta exterminar sin temblarle una pestaña a una docena de millones de seres, y ser el causante de la muerte de otras tres docenas gracias a su temeridad. Ya había anunciado sus propósitos en “Mein Kampf” no muy diferente en su incultura, en sus generalizaciones, en su acriticismo ramplón a las 1500 páginas paridas en el manifiesto de Anders Breivik. Cuando la maldad personal, coincide con la maldad social, es posible un Hitler, un Stalin, un Pol Pot, un Milosevic... tantos como han poblado la historia universal de la infamia. Me viene a la memoria una novela, “Las benévolas” de Jonathan Littell, una novela pretenciosa y demasiado larga, pero que tiene una páginas, las dedicadas a la matanza de Babi Yar, que deberían de ser de lectura obligada en la escuelas, para hablar, no de los personajes históricos, sino de los cómplices que permiten que lo sean, seres anónimos teñidos de maldad. En este momento, la suerte que tenemos con sujetos con Anders Breivik, es que la mayor parte de la sociedad está disociada de sus planteamientos, que el rencor no ha anidado en la mayoría de la población, y por ello Anders se convertirá en un triste preso, y no en un héroe social como fue el caso de Adolf Hitler tras su paso por el penal de Lenberg.

Con la prisión de Anders Breivick, la maldad habrá quedado cerrada en un suceso brutal pero sin continuidad, y tendremos que hacer la eterna reflexión de las sociedades abiertas sobre la necesidad de más educación, de más discusión, de mas espacios de reflexión, único remedio contra el mal, aún siendo conscientes de que tal vez nunca sea posible controlar de forma absoluta la necesidad de mal que anima la existencia de todos y cada uno de nosotros, y con la que peleamos cada día a través de reconocer la empatía, la compasión, de luchar contra el rencor y la envidia. Todo aquello de lo que carece Anders Breivick, porque ha hecho un ejercicio voluntario para desprenderse de ello, lo cual tiene poco o nada que ver con la psicopatología. Como el oficial que Kafka retrata “En la colonia penitenciaria” ha decidido “sacrificar” su vida en aras de decir-se/nos, “es justo”, y todos le vemos como objeto sacrificial del Estado, pero no como un loco, Anders ha decidido ser el narciso protagonista de una obra sin espectadores, aunque haya sido aupado sobre 80 cadáveres. Pero no un loco, sí un malvado.

2 comentarios:

Espartaco dijo...

No sé si es loco o no, eso hay que dejarlo en manos de los profesionales como usted, pero seguro que es malo. Es cierto, hay personas que son malas. Las explicaciones pueden ser patológicas u otras pero la explicación de un comportamiento no puede ser una justificación.

Coincido en que debemos ser capaces de reconocer la maldad en las personas: hay gente que es mala. ¿Los motivos? diversos.

Otra cosa distinta es la sociedad enferma a la que apunta y sobre la que tengo dudas.

Usted, a buen seguro, conoce el experimento de la cárcel de Stanford.

¿No cree que puede hacerse una lectura distinta sobre los comportamientos sociales?

Y por otra parte hay que hablar de sociología y valores sociales que el neoliberalismo ha trastocado.

miguel angel de uña dijo...

Estimado Espartaco. Tanto el experimento "Stanford", como el anterior y mas explicativo, desde mi punto de vista, experimento "Milgram" - perfectamente explicado en Wikipedia -, vienen a ser demostrativos del Mr. Hyde que todos llevamos dentro. Groddeck, de quien Freud "copió" el concepto del Ello, experimentó con hombres en solitario que creían no eran observados. Al cabo de pocos minutos, se metían el dedo en la nariz, se rascaban la rabadilla sin vergüenza alguna, etc...de lo que Groddeck infirió el mono que todos llevamos dentro, mucho antes de que tan mediáticamente nos lo mostrara Desmond Morris.La civilización, con su correlato de coerción de los instintos, es precisa para conseguir la socialización. Y cuando fallan las barreras sociales, sale lo peor del hombre, de muchos hombres, de casi todos los hombres. Las animaladas de nuestra Guerra Civil es un ejemplo de ello, véase la emasculación del obispo de Barbastro, o el fusilamiento de Lorca, tanto monta. La historia universal de la infamia es infinita, con el régimen esclavista, el feudal, la ilustración, la revolución francesa, el ascenso del orden burgués, la revolución industrial que dió lugar a la matanza en serie inaugurada por la I Guerra Mundial. Da igual. No son los sistemas los únicos culpables. Sin el hombre, sin la maldad extrema de algunos de ellos, los sistemas no son suficiente explicación. El matón de Oslo no hacía mas que seguir el criterio del hombre del paleolítico: el único humano es el de su tribu; el de otra tribu se puede comer, esclavizar, violar, porque se niega su humanidad. No hace falta hablar de neoliberalismo para explicar la "paranoia" - no enferma - de Anders Breivick.
Gracias por volver. Y perdón por el esquematismo.