viernes, 8 de julio de 2011

DIARIO VIAJERO.FRIGILIANA

Frigiliana es un prodigio. Encaramado en la sierra que asciende de la imposible Nerja, ofrece un balcón encalado asomado al mar. Ya es bello el balcón, pero esconde en su interior la caja de sorpresas de su intrincado casco antiguo, cuidado con el primor que solo nace del amor por lo propio. Esa belleza del detalle, del cariño por lo pequeño, por lo íntimo, que logra hacer del espacio exterior una continuidad del patio de la casa. No hay grandes edificios, ni iglesias, ni castillos, ni palacios, sólo humildes casas encaladas, escalinatas prodigiosas, y flores, flores por todas partes, cuajadas en la insultante luz y en el silencio atronador de las callejas.

Friligiana tiene una historia dura, tan arriscada como los barrancos que la rodean. Fue uno de los puntos fuertes, y también finales de la rebelión de los moriscos que se produjo en el reinado de Felipe II, y en la que tuvieron tan lucida actuación D. Juán de Austria y D. Luis de Requesens, que les serviría después en los mas amables, pero no menos terribles Países Bajos. Frigiliana ha decidido contar esa historia. Como sucede últimamente desde un punto de vista sesgado, el de los vencidos en este caso. Desde el inicio de la Calle Real, y en un recorrido arrebatador de callejas, escalerillas y callejones, se va contando la historia de la rebelión de los moriscos y su final en unas preciosas cerámicas que remedan los cordeles de ciego. El contexto del Siglo XVI, con el “turco” amenazando Europa en la doble pinza terrestre contra Austria, marítimo contra Italia y España, inexistente en la historia contada. El “turco” del Siglo XVI hace empalidecer a los Bin Laden de hoy día, una broma tonta al lado de aquello. La tozudez de los Hausburgo de Austria, con la resistencia de los Hausburgo de España, lograron que los turcos desistieran durante casi un siglo de seguir intentando la conquista de Europa, con el último espasmo del segundo sitio de Viena, al que debemos el café y los croissants. Y en ese contexto, del turco avasallador asolo dos años de Lepanto, hay que poner la Guerra de los Moriscos, y las medidas que se tomaron contra ellos, como aliados fehacientes en muchos casos, previsibles en otros, de un enemigo que no era precisamente un tigre de papel. El Siglo XVI asistió a migraciones involuntarias de católicos en tierras protestantes; de protestantes en tierra de católicos; de calvinistas en tierras de luteranos; de luteranos en tierras de calvinistas. No fue preciso llegar a la Guerra de los Treinta Años, ni a la revocación de Edicto de Nantes por Luis XIV, pasa asistir a migraciones que no volvió a ver Europa hasta el siglo XX. ¿Injusticia contra los moriscos?. Indudable con nuestro criterio, que no puede ser el de un hombre del Siglo XVI, con las costa jalonada de torres de vigía para impedir en la medida de lo posible las razzias de los piratas berberiscos. Y teniendo toda un quinta columna mayoritaria en la práctica totalidad de lo que fue el reíno nazarí. Todo esto no existe para el “historiador” que hace seguir la apasionante historia de los moriscos de Frigiliana, y su heroica defensa de una fortaleza que costó mucho conquistar. El heroísmo no está reñido con la verdad histórica, y ésta solo puede ser fruto del contexto. Qué le pregunten a Cervantes.

Frigiliana es un prodigio. No puede obviarse en cualquier visita a esa zona. La tontería de las "tres culturas" abunda entre los munícipes de uno y otro signo, empeñado en reescribir la Historia a la imagen y semejanza que exige lo políticamante correcto, en tantos casos señal de estulticia negociante.Termino mi recorrido por Frigiliana. En el bellísimo "Callejón del Salvador", encuentro el nombre de un Vinuesa, provincia de Soria, seguro repoblador de aquellas tierras despues de haber esclavizado y exilado a los moriscos que se rebelaron contra el rey. Seguro que la totalidad de los "aguanosos" de hoy en día, descienden de aquellos cristianos viejos que vinieron a repoblar aquellas tierras vacíadas tras la rebelión.Pero la propaganda municipal sigue empeñada en recuperar en ellos las tradiciones moriscas.Acabo comiendo en un restaurante, "Las tres culturas", asomado al luminoso balcón sobre el Mediterráneo. La dueña es alemana. El bar de al lado, está fregido por polacos, orgullosos de su bandera blanca y roja. Los nuevos aguanosos, embebidos por la belleza del lugar, parecen creerse el mito de las tres culturas. Bienvenidos.

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