viernes, 5 de diciembre de 2008

AJADA TREINTAÑERA

La Constitución cumple treinta años entre la indiferencia de la mayoría. Algunos, en la periferia del país la zahieren, se jactan de su desprecio. Otros simplemente no la cumplen, ni en forma ni en espíritu, siguiendo un trazado que cada vez tiene menos marcha atrás. Comenzaron su desprecio por las formas, la bandera, el himno... siguieron con la conformación y afianzamiento de los mitos nacionalistas para mentir sobre el pasado y el presente. Después ha tocado la lengua, haciendo lo posible, no solo para que se conociera la suya, sino para que no se conociera la otra, la odiada, la "impuesta" en un transcurrir de siglos que se quiere borrar a base de voluntad autoritaria. La igualdad que consagra la Constitución de 1978 ya era falsa en la propia ley, con los fueros navarro y vasco, pero se ha ido socavando hasta el punto de no reconocer la autoridad de los tribunales, y amenazar si las sentencias no se ajustan a sus criterios. La identificación nacionalista no tiene barreras ideológicas, tan oportunistas en algunos protagonistas de la política actual. El silencio del PSC ante el mentecato de Carod abriendo una "embajada" en Madrid, es la expresión de esa abducción.

La Constitución tiene mala cara. Sus defectos de gestación, inclusive los que llegaron a través de la generosidad con los nacionalismos en su deseo de integración, se han transformado en tumores que deforman su aspecto y qué de continuar sin remedio, se terminarán convirtiendo en la causa de su fin. Solo en treinta años, los errores de la totalidad del cuerpo político han permtido la conformación de una casta política, que por su propio entidad tiene una imposibilidad casi metafísica para resolver el problema. La solución, que todavía existe, está en ese cuerpo político, en la totalidad de la ciudadanía, reaccionando en la dirección que conlleve una modificación de la Constitución en el sentido de dar al término igualdad su verdedero sentido, solventando el orwelliano "todos somos iguales, pero unos más iguales que otros". Pero es necesario que la gente, la gente común, se percate lo que se juega ante la agresión de unos, el insulto de otros, la indiferencia de muchos, la pasividad de casi todos. Sólo treinta años, una generación, menos de aquello que creo dijo Wilde "a los cuarenta años uno es responsable del aspecto de su cara". Todos somos responsables, y no parece que nos demos cuenta de la importancia de la Constitución y sobre todo de lo que puede significar su final. Donde hay poco respeto a la Constitución se está imponiendo ésto . Donde no hay ninguno, ésto otro

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