martes, 14 de junio de 2011

DIARIO VIAJERO. GUADALAJARA

Un asunto profesional me lleva a Guadalajara-capital. El AVE me lleva en menos de una hora desde Zaragoza a la capital alcarreña. La modernidad. En algún momento la carretera, la antigua NII, autovía del desespero entre mal trazado y obras.
Termino pronto y ello me deja tiempo para pasear por una Gaudalajara más viva de lo que creía. La Calle Mayor, remomoranza pueblerina que lleva desde S. Ginés hasta el Palacio del Infantado. No puedo diluir mi interés por las iglesias. S. Ginés es frío, y me llama la atención que todas sus figuras, seguro que hermosos entierros renacentistas. están descabezados, decapitados. Cinco figuras, cinco, incluido el ángel de uno de los enterramientos. ¿La francesada?; ¿nuestra guerra incivil?. El olvido del patrimonio destruido no entra en la memoria histórica políticamente correcta. Los retablos son modernos, del gusto almibarado de una posguerra inmisericorde también con el buen gusto. S. Ginés, será para mí la iglesia de los decapitados, ninguna informacion dice porqué o por quién.
Bajo por la Calle Mayor, todavía ombreada a esa hora del día. S. Nicolás me lleva a hacer una visita. Una hermosa estatua yacente, un doncel pasado de años, menos capaz de transmitir la placidez incómoda del doncel de Sigüenza, con su libro abierto al futuro. El retablo, lleno de salomónicas columnas, me hace pensar en que S. Nicolás debe ser mas milagrero que S. Ginés, o defiende mejor lo suyo. Unos cuantos fieles, jóvenes algunos de ellos, rezan apresuradamente ante un Cristo coronado de espinas. A las 11 de la mañana, da que pensar.
En la acera derecha según se baja la Calle Mayo, una placa mínima da cuenta de que en aquella casa, Cela escribió su "Viaje a la Alcarria". Un narciso semejante no precisaba lugares especiales para escribir genialmente. Y cuando los tuvo, directamente dejó de hacerlo.
Al final de la calle, está la joya de Guadalajara. Merece la pena desviarse, hacer un alto en el camino antes de entrar en Madrid, para ver el Palacio del Infantado. Víctima también de la guerra inclemente que todavía nos enfrenta, ha tenido una restauración prodigiosa.El especial renacimiento español, ese gótico flamígero tan especial, tiene en el Palacio del Infantado, un lugar para ser ejemplo. Lástima que la loggia no se asome a los jardines que hicieron las delicias de varias generaciones de aquellos Mendoza, que dejaron obispos, poetas, guerreros y vividores en cinco siglos.
Entro en el Museo. Es de andar por casa. Deslabazado, pero con ese gusto pequeño burgués que hace difícil poner un pero. Mezcla churras con merinas, pero nada desentona en su pequeñez. Me quedo con una Inmaculada de Carreño, un S. Francisco de Ribera, realmente maravilloso, y dos piezas menores de terracotta de la Roldana, dos espejos de la vida fantaseada de una familia judía en el Siglo XVII. Un tesorillo de monedas acuñadas en la ceca de Bolskan, me hace sentir el hilo de una continuidad.
Es hora de marchar. Como buen ciudadano, escojo el servicio público,el autobús que lleva a la lejana estación del AVE. Una conversación entre dos mujeres que esperan el autobús, una peruana o ecuatoriana, serrana, y una guadalajareña de toda la vida. Hablan de las necesidades de la parroquia, extendida ahora a la atenciòn de 36 familias "porque las cosas están muy mal". La hispanoamericana dice que no tiene trabajo, y como un mantra surge otra vez el "las cosas estan muy mal". Menos mal que su marido sí tiene trabajo, y ella y sus tres hijas "no tienen necesidad". La conversación deriva hacia la mujer mayor:
- ¿Cerró la tienda?
- Si hija, los chinos que lo llenan todo
- Si claro
- No puede tenerse una ferretería con tan buena herramienta como teníamos nosotros. No creo que queden ni dos ferreterías en todo Guadalajara.
Pienso en el enorme Eroski que se ve desde la autovia. Y en Corte Inglés que enseñorea toda la fachada oeste de la variante. También en los chinos "que lo llenan todo" según la alcarreña, con un cierto deje de enfado.
Llega el autobus. Me despido de la estatua del Marqués de Romanones, levantada por el "Magisterio Español". Tendré que enterarme el porqué.
Un agrio conductor me lleva hasta la estación del AVE, tan lejana de Guadalajara que parece ajena a ella. Dicen que un constructor amigo de Bono...Cerca de ella una multitud de urbanizaciones, posiblemente vacías. Me quedo con una, Valdeflores. Docenas de hectáreas perfectamente urbanizadas, alquitranadas las calles, las farolas enhiestas. Un chalet piloto, uno, pudriéndose al sol. España siglo XXI, no muy diferente a aquella que lloró Quevedo. La estación podría ser una nave industrial. La hierba crece entre las baldosas de un aparcamiento que no ha tenido la vida esperada. La estación al sol parece sacada de alguna peli antigua de estaciones del Medio Oeste. No hay bar, solo una impresión desolada. Ya en el andén 4, esperando la maravilla tecnológica del AVE, nos llama a gritos el vigilante-cobrador para que pasemos al andén 1, "deprisa". La escalera mecánica de subida no funciona. Gruñidos. El AVE llega a la hora. Guadalajara desde la estación no existe.

1 comentario:

J.T. Andreu dijo...

Maravillosa descripción de tu visita a Guadalajara, Miguel Ángel. Lo mejor que he leído de tí. Enhorabuena. Yo también estuve allí, pero mucho antes del Ave y me encantó. Un abrazo.