miércoles, 10 de agosto de 2011

LA ENVIDIA

Seré políticamente incorrecto. He leído, he escuchado todo un sinfin de explicaciones sobre las causas de los sucesos que azotan a parte de los núcleos urbanos del Reino Unido. En pocos de esos comentarios, tanto los lastrados de izquierda como de derecha, he encontrado la palabra envidia entre las múltiples etiologías que se proponen. Y yo creo sin embargo que es motor principal en el ánimo de muchos participantes en las protestas ( sic ), sobre todo de aquellos que ha hecho del saqueo su principal actividad, y no el epifenómeno que surge de cualquier situación que conlleve pérdida de control social.

Se habla poco de la envidia en nuestras sociedades occidentales. Parece que nos hemos creído lo de la igualdad de las oportunidades, o tal vez llevados por el referente judaico de nuestra cultura, preferimos hablar de culpa. Sin embargo la envidia es el gran motor de la motivación, tanto a nivel individual como social. La envidia -sana - como elemento básico que conlleva emulación y necesidad de superación, un vector madurativo. La envidia - insana - como justificante de tanta bilis cuando no se alcanzan los objetivos que nos aproximan al otro, y tenemos que hacer el doble gasto psicológico de solventar la frustración y negar la envidia. Porque nadie reconoce ser un envidioso. Puede reconocerse cualquier otra falla de nuestra personalidad, pero la envidia permanece enquistada en la negación más rotunda, como el daño mas importante que existe para nuestra autocalifiación. Sobre todo porque la envidia insana conlleva la necesidad de acabar con el envididado, de desear su mal, y eso es demasiado reconocimiento de nuestras flaquezas. La envidia se adicciona de rencor, y en situaciones de ruptura social, de quiebra de las normas de eso que llamamos civilziación, conduce a la plasmación del deseo,a la eliminación del envidiado. Nuestra Guerra Civil sabe mucho de este tipo de actitudes en uno y otro bando. Cualquier guerra civil es el momento en que la envidia, de individual a colectiva, con el aditamento del rencor contra el envidiado y contra el sí mismo "envidiador", logra su expresión con tintes dantescos, y lo digo por lo bien descritos que están en uno de el apartado infernal correspondiente de la "Divina Comedia".

La sociedad puritana exigía la riqueza como manifestación del favor divino. Pero castigaba la ostentación. No se distinguía a un rico comerciante de un zapatero, ni por sus ropas, ni por sus actitudes. Y ese afán por no ser pura apariencia como las sociedades barrocas, católicas y latinas, se mantuvo en parte en las sociedades anglosajonas hasta no hace demasiado tiempo, a pesar de la inmensa brecha entre las clases existentes en la sociedad victoriana. El éxito de la socialdemocracia niveladora a partir del fin de la II Guerra Mundial, vino a extender el sistema de paz social basado en la extinción de al envidia, dado que nadie quedaba totalmente desamparado, y que las exacciones fiscales a los ricos eran de suficiente entidad como para hacer una sociedad "conformada". La evolución del último capitalismo, con la ruptura de la ley de la discreción sobre lo que se tiene con la creación de ghettos narcisistas, pero también la introyección del consumismo como un "derecho", han dado al traste con el sistema psicológico de compensación de una sociedad cada vez menos dada a la reflexión sobre los problemas que suscitan sus cambios. El estallido puede ser fruto de la decepción. El saqueo, el robo, el incendio, solo puede serlo de la envidia. Podemos atribuir su nacimiento a todo un conjunto de situaciones sociales desde la pauperizacion, hasta la dependencia, la ruptura de los vínculos familiares, pero para mí, la envidia nace como un problema individual que cuando confluye en la fractura social, acaba constituyéndose en una tormenta que acaba haciendo poco comprensibles las razones objetivas que la empollaron.
El palo de escoba de los bienpensantes; la porra de la policía; el terror al cambio de esa amplia clase media que se vuelve gohetiana al proclamar "prefiero la injusticia al desorden", acabarán con el motín. Y se habrá perdido por una generación la posibilidad de hablar de lo que importa: como hacer una sociedad mejor sin la obligación de hacer de la unilateralidad la explicación de lo sucedido. El motin es un fracaso de todos, también de ese conjunto de adolescentes y jóvenes que lo protagonizan.

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