lunes, 15 de agosto de 2011

CINCUENTA AÑOS

¡Dios mío que viejo soy!. Esa es la primera reflexión cuando se conmemora el cincuentenario de la erección del "muro de Berlín", que realmente fue la traslación física del simbolismo tan acertado que hizo Churchill del "telón de acero". Rebuscando en la memoria, encuentro fragmentos de aquellos momentos. Yo tenía 10 años, pero en mi casa existía un notable interés por la política. Todo se quedaba en palabras, en quejas entre dientes, porque el recuerdo de la derrota, mis padres lo fueron doblemente,estaba demasiado cerca. Pero todo aquello que era criticado en el "parte" de las dos de la tarde o de las diez de la noche, era bienvenido en mi casa. La crítica a los soviéticos por parte de aquellos boletines radiofónicos franquista era implacable, lo cual quería decir qué, dando la vuelta al calcetín, lo que habían hecho las autoridades comunistas alemanas, tenía que ser obligadamente bueno. Y más en un momento en que la URSS, encabezando la carrera espacial ( el Spunik había sido la bofetada "definitiva" al capitalismo ), iniciaba un momento de prestigio que no terminaría hasta la invasión de Checoslovaquia en 1968. Las imágenes del NoDo no dejaban de ser reforzadoras de la idea de la bondad del muro. No veíamos gente huir, sino traidores y engañados. La Revolución cubana ya había acuñado un término para los que escapaban de la naciente tiranía castrista: "gusanos", en el mejor estilo goebelssiano cuando calificaba a los judíos de ratas o garrapatas. Siempre fue eficaz animalizar al contrario, solventa los problemas de conciencia. Y siguiendo las indicaciones de mi admirado Victor Klemperer, había ue violar el lenguaje a la vez que la libertad. El Muro no era sino una "Barrera de Protección Antifascista" en la jerga de los mandamases de la República Democrática ( sic ) Alemana.
Me costó años, lecturas, quitar telarañas de la entretelas de las emociones, hacer del Muro lo que era, la pared de una prisión para cientos de millones de europeos, entre los que incluir a los entonces soviéticos. También es cierto que la sorpresa de su final, aquel imborrable Noviembre de 1989, seguido en la radio y en la televisión como si fuese la invasión alienígena de Orson Welles hasta que los pellizcos de realidad hicieron su efecto, me colocan en otro momento emocional en el que se vuelve a creer que la especie humana tiene remedio a pesar de todas sus insuficiencias. Cincuenta años de su erección, casi veintidós de su final por designio de un pueblo que tuvo la tentación de ser soberano ¡Dios mío que viejo soy!

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