martes, 3 de febrero de 2009

DEL BRACETE A LA DEMAGOGIA

Hoy es un día triste. No solo por los 200.000 parados más que alfombran la geografía tensa de una economía en ruínas. Sobre todo por la falta de respuesta de una casta gobernante enrocada en la búsqueda de culpables, como el caco que grita ¡ al ladrón, al ladrón! mientras huye con su botín. BOTÍN, el de "llámame Emilio" en aquél paseo famoso de no hace mucho tiempo, se convierte ahora en objeto del enfado presidencial, manifiesto a través de su mamporrero "ideológico". El que fue jefe del gabinete de estudios del BBVA, y que intentó torticeramente su dominio cuando ya era orla de la púrpura, amenaza con su falta de paciencia, mientras anima a doberman periféricos a reclamar la nacionalización de la Banca. La demagogía precisa hoy de un plató de televisión, no de altisonantes discursos en la plaza pública.

Hoy es un día triste para todos, para los parados y para los que observamos con pavor el porvenir de todos nosotros. Con menos paro, con menos defícit, con mejor competitividad, con futuro, difícil, pero futuro, Alemania vio necesario llegar a un acuerdo entre los dos grandes partidos políticos y hacer un gobierno de coalición. Sin vivir una crisis internacional que condiciona más aún nuestra propia crisis, los partidos políticos españoles fueron capaces de hacer un Pacto de la Moncloa, que representó el punto de apoyo que permitió salir de la dura crisis que se inició en 1973. Unidad, desprendimiento del sectarismo, acabar con el despilfarro, son palabras que no caben en la mente de nuestros gobernantes, y tampoco en las de una oposición ombliguista y dedicada a salvar su parcela de poder. Patriotismo, hermosa palabra, olvidada por nuestra casta política, a vindicar cuando varios millones de compatriotas ( incluídos los 800.000 emigrantes en paro ) viven con ansiedad la inanidad de unos y la demagogia de otros.

Hoy es un día triste para todos. Pero el pesimismo me lleva leer que la crisis ha conllevado un aumento del número de minutos de consumo de televisión. Con ello el poder, sea cual sea el signo, está un poco más a salvo de la crítica de una ciudadanía que no acaba de ser protagonista de su propia realidad.

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