domingo, 20 de julio de 2008

BAILÉN

Ninguna autoridad del Estado, y por lo que leo coincidían en Andalucía este fin de semana, tres ministros del Gobierno, ha acudido a la conmemoración de los 200 años de la batalla de Bailén. Mas allá de los ecos patrioteros, aún en el mejor sentido, galdosiano, del término, estas ausencias de la Casa Real, del Gobierno, de la oposición, demuestran la escasa cultura democrática ( que se basa en el conocimiento de la Historia ) de nuestra casta política. Napoleón, mi héroe juvenil, había demostrado ya a la altura de 1808 su condición de déspota, independiente de su genio militar y administrativo. Bailén, tras Madrid y un poco antes de Zaragoza y de Gerona ( cuando era Gerona ), fue el aldabonazo que todos los pueblos de Europa supieron intuir como el comienzo de la lucha por la libertad, de acabar con el conformismo a que había llevado la derrota del ejército aristocrático. El movimiento popular alemán, austriaco, italiano, que fue el qu econsiguió con su movilización, acabar con las pretensiones tiránicas de Napoleón, hicieron de Bailén su primer hito, que no acabaría hasta la batalla de Leipzig en 1813. Bailén es el inicio de los movimientos populares que comenzaron a tener conciencia de su propio poder en toda Europa, y que dieron lugar a las revoluciones burguesas que consolidaron el ideal democrático para Occidente.

Los que son capaces de desplazarse, gastar sin tasa para organizar el centenario de algún chililicuatre sin más talento que ser de su cuerda, olvidan Bailén. Ese hecho histórico, no solo es españolismo agostado, es sobre todo reconocimiento de dignidad y de libertad.

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